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domingo, 19 de agosto de 2012

MAYO MUÑOZ

CARTA A MI HIJA



(Iquique, 21 de diciembre de 1907)



Hija, cuando leas esta carta, talvez ya no esté sobre la tierra.



Me habrán muerto y enterrado en oscuro pudridero



bajo llaves siniestras del silencio.



Han rodeado la plaza los mastines,



los mismos que tapiaron con trinita ayer



los sueños estañados de mi padre en la doliente Oruro.







Te escribo arrodillado ante el abismo



y aún cuando diciembre cubre Iquique con metálica tibieza,



la soledad desgaja su frío vellocino.



¡Cuculí del Ande, que pastoreas los cielos de la infancia,



si vine a este salitral a conquistar la fragancia de los sueños,



es porque te amo y quisiera en tu frente mi semilla!







Frente al bronce cantarino de esta escuela,



aprieto el crucifijo que tallaste dulcemente



a golpes de oración y bofedales.



La muerte calza las jinetas del oprobio y no me importa,



pues nosotros, carajo



-aprendices de la luz más honda del honor-



¡Muriendo con chilenos!







Hija, mañana ven a verme



no importa que no encuentres mi cadáver,



no importa que no sepas dónde poner las perlas de la pena.



Ven y quédate a vivir cerca de este mar que hemos perdido.



Hija mía, la herencia que te dejo,



es la conciencia que conquisté con mis hermanos



escupiendo por el hígado la sangre.



Hija, que en tu felicidad se cuaje mi venganza,



pues ya no tengo más sangre para darte.



¡Ya no tengo más sangre para darte!